martes, 8 de noviembre de 2011

La Tauromaquia y sus antis (Capítulo X)

Valorar la historia vivida, cercana, es una tarea nada aconsejable aun cuando la visión que uno pretenda reflejar intente ser lo más aséptica posible. Sucede que, la mayoría de las ocasiones el lector ya tiene pertrechado de antemano su visión resultante de vivencias, y que todos solemos grabar a fuego. Y es que, si algo tenemos todos, seamos de la España que seamos, es nuestra obligada invariabilidad de criterio. Y eso, aunque nos demuestren razonadamente lo contrario.

Es por todo ello que de la época franquista, y de su pan y toros, en sus dos primeras épocas, y el añadido del fútbol en las dos últimas, no quiero comentar otra cosa que no sea desmentir falsedades y mitos. El hambre no se comió a los toros en estos tiempos. Eso fue en la zona republicana en los años 38 y primeros del 39 principalmente. Y fue normal. ¿Alguien no lo haría viendo las penurias de los seres queridos? Y eso, aunque el ganado de lidia fuera de mi ídolo Marcial Lalanda.

Las penurias de los años del extraperlo franquista deja sin lugar a dudas, un campo mal estructurado y un torete que no tiene la salud de las anteriores décadas. Los toreros triunfan y se mitifican en la España de Franco, al igual que en el México, patria de exiliados. Surge el mejor reglamento de la historia, cuan fue el del 1.962, que aún no hemos sabido mejorar ni en este estado de taifas multinormativo.

Y por supuesto, la opinión contraria a lo que no se debe opinar, no es aceptado en la vida semi libre del pueblo. Y eso era lo que argumentaba la izquierda detractora y todos los posibles antis del régimen, que debía ocurrir con los toros al término de la dictadura militar.

Y es que está claro que los argumentos de los detractores de las corridas de toros han variado según el momento histórico, tal y como creo haber dejado demostrado a lo largo de estos capítulos, pero esto no debe confundirnos, ya que el objetivo final siempre ha sido la abolición de dichos eventos. Lo que ocurre es que en tiempos recientes, sectores progresistas han intentado relacionar las corridas con el régimen franquista y con la España vetusta y negra. Algunos medios intelectuales de izquierda, sobre todo británicos, creyeron que el fin de Franco sería la desaparición de nuestro espectáculo. Y eso no aconteció. Y con asombro publicaba hace unos años el diario Times que “en la España de los yuppies y la democracia, triunfa cada vez más la Fiesta de los toros”. ¡Qué más quisiéramos nosotros que así fuera!

También ha habido intentos recientes de prohibir las corridas en países como Francia, donde existe la afición en el sur del país. La cuestión se resolvió estableciendo legalmente que solo se podían matar toros en aquellos lugares donde se demostrase que son una tradición arraigada ininterrumpidamente (las plazas del sudeste y del sudoeste fundamentalmente). Eso excluyó a ciudades como París donde, aunque hubo corridas de toros en época de la Exposición Universal, luego se interrumpieron.

Algunas personas, incluyendo filósofos como José Mora Ferrater o Jesús Mosterín, la escritora y periodista Pilar Rahola, y artistas como The Pretenders se han opuesto a las corridas de toros, entre otras razones por considerarlas contrarias a la más mínima sensibilidad. Algunos de ellos han preferido la exaltación del toro como animal libre en su medio natural, o por lo menos el quitar los elementos del festejo destinados a herir o matar al animal.

También existen otras críticas que apuntan a que la lidia está, en muchos casos, preparada para minar las capacidades físicas del toro mediante el proceso de afeitado que consiste en modificar los cuernos del animal, para que su ataque no sea tan peligroso para el torero. Aunque practicada desde antaño, esta práctica está prohibida y generalmente es repudiada por los aficionados a los toros.

Finalmente, también ha sido objeto de crítica que la tauromaquia sea financiada con dinero público. En 2007, al sector taurino español se destinaron 500 millones de euros en forma de subvenciones, y en 2008 casi 600.

Y lo que está claro, es que en Francia está blindada culturalmente, y aquí no. Que, aunque no todo esté bien, tenemos que seguir la estela de algunas de las visiones que Francia tiene, y nosotros no. Porque es curioso que, al dejar los toros en Francia sólo en las zonas consideradas de costumbre arraigada, dieron pie a las palabras que definen a la cultura, en la que se encuentra inmersa en ese Estado.

En diez capítulos quería dejar terminada una pequeña visión de lo acontecido a lo largo de la historia. Podía seguir mentando a muchos de antes, y tantos de hoy en día que desde las ondas, la pluma, las pantallas denostan nuestro arte, que sería indecente el número de capítulos a lanzar en este humilde blog. Y nunca se puede terminar esta serie sin agradecer a la cultura, a los escritores, a los investigadores de la historia, el poder leer sin fin sobre todos estos temas. Porque al final, mi granito de arena es exponer cosas que he estudiado, leído, investigado, de gente que ya lo ha escrito, y que debiera recordar a todos si esto fuera un libro. Pero, en referencia a todos aquellos que tienen sus líneas en los diez post sobre este tema, no puedo olvidar a Rafael Cabrera Bonet, escritor inagotable y estudioso sin par del tema taurino. Muchas de las palabras escritas en estos diez articulillos son suyas, hechas mías.

Y para finalizar, me da verdadera lástima saber que la historia está jalonada de detalles y referencias taurinas sin encontrar respuesta global. Leer y estudiar desde la prehistoria, la vida y milagros de todo lo que ha supuesto el mistérico arte del Uro, y conocer lo acontecido desde el prisma taúrico sin lugar a dudas, conduce a la intelectualidad. Y todo ello no debe ni puede ser patrimonio de nadie. Ni de un partido político, ni de alguna corriente cultural, ni de los actores, ni de los empresarios. Por encima de todo ello, La Tauromaquia es un arte único, que da espacio y pábulo a muchos otros artes. Y más allá de filias y fobias está el Conocimiento. Por eso el antitaurinismo está envuelto en la más antigua de las pestes: La Ignorancia.

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