domingo, 15 de julio de 2012

Diario de Sanfermines 2.012 (II)







Cuando uno improvisa las cosas pueden salir geniales, pero para vivir una experiencia como los Sanfermines, por muy conocidos que a uno le parezcan por repetir tantos años, es obligatorio llevar un planing. Uno no dice, llega el seis y que pase lo que sea. Uno, un mes, o más, antes está dando vueltas y acomodando la agenda porque no se llega a todo, ni por mucho que se intente.

Llegué un 11 de Junio al convencimiento de que ya no me quieren para esto de los toros. Soy una persona rara, dicen, me gustan cosas complicadas, amo una pseudo-religión que es basura asesina para muchos, y como esto de los toros es como picante a la comida, algunos daban por hecho que por tres pelas y media entraría al trapo como becerrito miureño, y se dieron con la pared. No soy el gran Caupolicán, para gritar ¡basta! Pero en el silencio de un email tras otro, la decisión fue no hacer nada, porque lo que me presentaban era una nimiedad.

Empezaron unos nuevos Sanfermines, unas nuevas respuestas, y eso sí, muchas incógnitas, que el tiempo ha aclarado, y desde la perspectiva de un quince de julio, sentado en el sillón con el portátil en la mano, creo que fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida, y seguro, queridos amigos, que conforme vayáis leyendo esto, lo comprenderéis.

Sería muy ingrato si este viaje lo realizara a solas, así que van a salir muchos nombres a la palestra, y espero recordar a todos, mejor, no olvidar a ninguno, y de igual forma, solicitar vuestra comprensión si alguno sale en demasía, pero, es que varios han estado a todas horas junto a mí, y eso, ya es un triunfo.

Expectante a la llegada de los 'burelicos', un día 23 de junio sabía el orden de llegada de las corridas a los corrales del Gas. Allí en el barrio de la humedad, mi bendita Rotxapea, donde mi humilde casa se ubica apenas a cien metros de dichos corrales empezaría la noche de San Pedro a llenarse los feriasdeltoro. Fernando Pizarro el primero en llegar con sus 'doloresaguirre', Manolo Flor con los 'cebaítas' y Antonio Dominguez con los 'miuras' hacían un triplete de lujo para hacer pié en las instalaciones. Y con un pase autorizado de la casa, cámara en mano, me planté allí mismo para ver qué habían traído esos tres amigos. Porque esas tres personas son amigos. A los que hay que escuchar y aprender de ellos. Pero sobretodo, porque me siento feliz con ellos. Y como sea que soy humano, y el hombre se equivoca una y mil veces, o al menos este menda, ya iba con la tarea hecha y tenía todo claro. Miura en esqueleto interminable, lo de la señora Dolores estará pareja y bien hecha de rabo a pitón, y mis 'cebadas', ¡ay, Dios mío! ¡Cómo llegarán! Seguro que la escalerilla escurrida pasa apuros con los del título ganaderil.

Llegar al corral, saludar al de la puerta, repite Juan, un buen hombre, y que me encuentro con Pizarro y su sobrino Jorge pidiendo material para cocinar.
  • No, Fernando otra vez no. Recuerda que el año pasado tuve bronca con la casa, y este año, sólo voy a venir a mi horita de fotos y nada más.
  • Déjate de bromas que tú eres como uno de nosotros, y tienes que poner el dinero para el bote de la comida.
Al final, viendo la precaria situación me acerco a casa a por alguna sartén, cubiertos y algún plato para meter al microondas. Y lo llevo de lo más viejo, a sabiendas que ahí se va a quedar o perder.

¡Vamos a los corrales! Y llega la sorpresa. Subo con Antonio, al que reclamo especialmente, porque sus bichos son duros y difíciles en los corrales, y paso que se me eche uno encima, pase algo, y me hagan responsable de algún posible chandrío. Y la verdad, es que aun recuerdo el chorreo del pasado año por parte de la junta, y estoy conjurado a no dar motivo alguno de queja. Primer corral ocho desiguales de Dolores, seguido seis miurillas, y después ocho impresionantes 'cebadas'. No entiendo lo de 'dolores'. Habrán perdido treinta kilos en el viaje, o algo más, pero tres bajan, y las caras no son las de otros años. Y así se lo hago saber a mi amigo Fernando. Él piensa que es el camino y me niega la mayor diciendo que están todos bien presentados, y que ya estoy mareando la perdiz. Bueno, es una opinión, la mía, que él respeta, y sobre ello charlamos largo aquella tarde noche.

En el corralito de los 'miuras' hay que estar ágil y liviano. Rapidito hacer fotitos y ¡puerta! Qué bichos más complicados. Para el que no lo sepa, estos toros de Miura viven en un interminable cercado de cientos de hectáreas, se ven entre ellos un par de veces al día, a las ocho y a las tres, cuando la llamada del hambre les llega, y ven a unos hombres a caballo, más el tractor con el remolque, asoman por lontananza. Allí cada uno tiene su comedero, y los amos empiezan primero. Y entre ellos, seis, irán a Pamplona. Pero en la luz gris de esa tarde le pregunto a Antonio qué pasa con el 42. Nada, que se ha dado un golpe. Y fin. Sé que no quiere mentarme nada. Después, entrada la fiesta me entero que en el desembarque ha recibido un golpe tremendo, al salir del cajón y verse con otro toro que se ha dado la vuelta en el pasillo. Momentos de riesgo que se termina con un Miura langó. El bueno de Antonio, hombre de campo, siempre sonriente, es más discreto que su tío, antiguo mayoral de esta casa. Y como diga lo que diga va a salir por la tangente, me guardo mi opinión sobre el sexteto, pero los veo escurridos, a pesar que su esqueleto pesará más de media tonelada.

Llego al tercero, y ahí que se me cae la baba. No me creo lo que veo. Y este hombre de poca fe, mira al cielo y pide perdón al ganadero. Ocho pavos que de largo pasarán el reconocimiento. Corrida pareja, bien presentada, con cinco negros, dos castaños y un colorao. Rematados de culata, trapío del bueno. Y mi felicitación a Lolo, y confesión de arrepentimiento. Y es que no me creo que sean los utrerillos de hace diez meses, ni siquiera los cuatreños chicos del anterior año. Pero sí lo son. Y así, ese 30 de junio cenamos los cuatro, más Jorge, sobrino de Fernando, charlando de toros, como os imagináis. Que de fútbol tocará al día siguiente.

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